La castidad no observada.
Han ocurrido hechos lamentables en la Iglesia
Católica a nivel mundial y nacional; se trata de los lamentables abusos de
orden sexual a niños por parte de sacerdotes, casos repudiables que han sido
sacados a la luz pública por los medios de comunicación.
Es conocido que el comportamiento de la iglesia en
el transcurso de su existencia ha
adolecido de períodos oscuros; teñidos por la lujuria y la codicia de sus
ministros, contradiciendo su más sagrado e íntimo mandato.
Es sabido también que una institución integrada por hombres
tiene usualmente este tipo de falencias
que desgraciadamente en el caso de la iglesia católica por la característica
moral que ella debe portar, provoca gran
repulsión en todos los fieles.
Por otra parte hay que entender que desgraciadamente
se tiende a generalizar este tipo de conducta, haciéndola extensiva a todo el
clero, presentándola al seglar como si todos
ellos estuvieran en esa misma pecaminosa
disposición.
“Así se olvida que el 0,3 por ciento de los sacerdotes ha cometido el delito-pecado de la pederastia; es decir, 997 de cada 1000 no lo han cometido, mientras que el 2 por ciento de los hombres casados ha cometido el mismo delito-pecado lo cual supone una proporción siete veces superior. (Fuente: Padre Santiago Martín del canal EWTN).
Hay que considerar que la gran mayoría de los
sacerdotes son personas correctas y profundamente comprometidas con su fe, ofreciendo
su castidad, sin llegar a caer en los placeres de la carne. Situación que fue elegida
libremente por amor a Dios.
Así pues, preocupado de este gran descrédito que
aflige a la Iglesia en estos tiempos y leyendo el Mercurio de Santiago
-15May2011- encontré, en la pequeña columna “Día a Día” de B.B. Cooper, lo que
me parece el mejor retrato del verdadero cura; del cura que claramente reconozco.
El cura de mi parroquia
Tía Waverly me pidió que escribiera esta columna. Es
la primera vez que me pautea, pero adujo razones que me parecieron aceptables.
Así que aquí vamos.
El cura de mi parroquia viste de cura. Ora cada
mañana y también por las tardes. Dice su misa como si fuese la última con total
concentración y fervor. Sigue al pie de la letra las rúbricas, con filial
mansedumbre.
Enseña lo que manda la Iglesia y no doctrinas propias. Hace acción
de gracias y tiene una nutrida vida de piedad (aparte ser devoto de la Virgen):
rosario, lecturas, el breviario por cierto. Y confiesa en el confesonario.
Es afable en su trato, guardando las distancias.
Nunca se le ha visto solo con una mujer y las saluda de la mano. Vive la
cercanía con la dignidad de su investidura y no con la confianzudez. Estudia,
lee y asiste a retiros espirituales.
Semanalmente dedica un día entero a los pobres y
otro a los enfermos. El resto se lo consume en catequesis, preparación para los
sacramentos, administración de los mismos, dirección espiritual y horas de
gobierno parroquial.
Come frugalmente y casi no bebe. No duerme siesta.
Se acuesta temprano, se levanta lo mismo y practica deportes. No vive solo sino
con el vicario parroquial. Y se debe por entero a sus feligreses, que lo
quieren y respetan. Confían en él pues es sacerdote ciento por ciento y,
además, lo parece. Sólo les habla las cosas de Dios; en las demás no se mete –
dice-, pues es cura y, encima son opinables.
B.B. Cooper